STATEMENT
Las pinturas de Ana María Benedetti se construyen con una dosis variable de cálculo y
azar. Planos de color, líneas, superficies moduladas suavemente o rascadas una y otra vez
como un muro erosionado. Las formas se suman, y mutan también, a medida que avanza
en la obra. No hay bocetos previos y si existen, solo son una guía inicial. Proceso intuitivo
en que la artista parece depositar tanto su experiencia emocional frente a la imagen,
como una casi inevitable evocación personal. Una trama de proyecciones psicológicas,
espirituales, cuya traducción visual y para qué decir verbal, es parte de esa zona
inaccesible que rodea la creación de casi todos los artistas y que la artista solo puede
sugerir señalando puntos de la obra cuyo significado es casi indescifrable. No así su poder
evocador.
Diseñadora de formación, en sus piezas se vuelve notoria la presencia de una retícula bajo
la que organiza colores y formas. Diseño interno como el de una ciudad, un edificio o un
jardín de grandes proporciones, que la artista acentúa a veces con notas de colores
específicos o esconde desplazando elementos respecto a los ejes que dividen la superficie
pictórica. Benedetti elabora un sutil sistema de reglas, que no tarda en contravenir apenas
lo enuncia. Igual rebeldía le merece el propio lenguaje abstracto en el que se desenvuelve
con naturalidad y elegancia. No rehúye incluir figuras humanas, empleando coordenadas
similares a las del resto de su trabajo y presenta, en esta exposición, un grupo de siluetas
que parecen encadenadas al espacio que las rodea, atenuando las relaciones figura y
fondo, de un modo que recuerda al cubismo.
Aquellas figuras, que podrían parecer ajenas al sistema de la artista, intrusas en su
universo de delicadas formas abstractas, confirman la presencia latente del ser humano
en su obra. Lejos de un formalismo riguroso y ascético, como el que practicó el Mondrian
más canónico y luego sus herederos ortodoxos, la artista propone composiciones, donde
se adivina a veces, alguna traza figurativa o se señala la presencia humana a través de la
arquitectura. Con esas presencias parece señalar que lo humano habita en sus
estructuras, por más geométricas y rigurosas que nos parezcan.
En aquellos casos las líneas dibujan la planimetría de una estructura imaginaria, en la que
sin embargo, parecen evidentes las huellas del movimiento moderno. No se trata, sin
embargo, de un gesto forzoso e impositivo. La artista sugiere, pero nunca cierra la forma
final a un referente fijo. Las comparaciones posibles -las obras ofrecen muchas- son un
asunto que entrega al ojo del espectador. No ilustra proyectos arquitectónicos específicos,
ni siquiera intenta evocarlos, pero el hecho es que en varias obras podemos intuir una
estructura cuya definición es ampliada o definida por el trazo lineal, que parece señalar
recintos o instalaciones. Es solo una interpretación posible, finalmente el plano dibujado,
antes de su concreción es una sugerencia gráfica de unos espacios virtuales. Comparados
con los edificios o las ciudades, los planos y los mapas son meras abstracciones.
Cada tramo de las pinturas de Ana María Benedetti, merece una prolija atención, como si
además de perseguir el efecto total de la obra, la artista buscara dotar -con apariencia
propia- cada uno de los fragmentos que las conforman. Aparece así, la superficie, lo táctil,
como interés recurrente. En las obras podemos percibir tanto la atención que la artista
presta al lino crudo, como las posibilidades que le brindan las aguadas y los impastos. Un
recurso singular, es la aplicación de folia, el plano adquiere una superficie ilusoria, como si
se tratara de un mineral precioso engastado sobre la superficie de la tela. Otras veces, en
cambio, Benedetti reduce casi al mínimo el color, y la obra adquiere una apariencia
discreta, meditativa, aquí se hace evidente uno de los polos hacia los que se mueve con su
creación, la austeridad.
Porque frente a un cuerpo de obra cuya arquitectura formal parece exuberante, la propia
artista opone obras en que las formas parecen fundirse discretamente con el soporte. Una
dialéctica que se resuelve sin víctimas, ni síntesis aparentes. La artista nos enfrenta ambas
posibilidades, sin tomar partido por ninguna. A veces le interesa la síntesis, en otras la
complejidad. Reducidos los planos y simplificado el diseño compositivo, el lino o la seda
aparecen ,como vehículos sensibles cuya apariencia se vuelve más evidente cuanto mayor
es la economía de los medios.
Pinturas abstractas, desde luego, pero ante todo, terreno de sugerencias visuales, abiertas
a la intelectualización (con sus coordenadas ancladas en la arquitectura, el diseño y la
pintura geométrica) pero sobre todo dispuestas como una sutil provocación a nuestros
sentidos.
Texto por César Gabler, 2024.